Esta esquizofrénica existencia entre los dos mundos opuestos me hizo reflexionar sobre la diferencia principal, o incluso abismal, que en nuestra época se produce entre el tiempo de la cultura material (o, dicho de otra forma, de la vida cotidiana) y el de los acontecimientos políticos. En el medievo los dos tiempos mantenían un ritmo concordante, acorde: se tardaba siglos en construir las ciudades y siglos duraban las dinastías.
Hoy la situación es diferente: las ciudades se construyen en decenas de años, mientras que los gobernantes, si es que no cambian cada cuatro meses, duran, como mucho, una década. El escenario político gira a un ritmo mucho más rápido que el de nuestra existencia cotidiana. Cambian los regímenes, cambian los partidos gobernantes y sus líderes, mientras el hombre gris vive como siempre ha vivido, sigue sin tener piso o trabajo; las casas siguen desconchadas, las calzadas de las calles aparecen llenas de socavones y la gente, desde la mañana hasta la noche, se dedica a intentar llegar a fin de mes.
Tal vez por este motivo muchas personas dan la espalda a la política, que para ellas es otro mundo, un mundo que vive a un ritmo muy diferente del suyo: el ritmo en que transcurre la vida del hombre corriente.

Ryszard Kapuscinski. El imperio.



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