Hablé estos dias atrás de mi amigo el pintor Pepe Cerdá y de la divertida entrevista que concedió hace poco a la SER. Hoy insisto sobre él porque llevo unos dias releyendo “Pintor, pinta y calla”, el libro que editó en 2006 la  Biblioteca Aragonesa de la Cultura y que recopila las entradas que publicó a diario en su muy recomendable blog durante los años 2004, 2005 y 2006.

Os dejo con una perla que leí ayer mismo:

El mero hecho de ser implica un cierto grado de inteligibilidad. Nadie puede existir sin comprender mínimamente su entorno. Esto está claro en las sociedades que tienen un contacto directo con el entorno natural, es decir las que se llaman desde el etnocentrismo: primitivas.
Es muy difícil encontrar a un tonto en un pueblo poco desarrollado, bueno mejor dicho, suele haber uno por pueblo que ocupa su plaza y que es el único que no trabaja (quizás no lo sea tanto) por lo que podemos convenir que el porcentaje de estultos es bastante bajo en el medio rural. Además el tonto rural sabe que lo es y cumple un papel bien definido.
Otra cosa muy distinta es el camuflado tonto ciudadano. Que no sabe que lo es y que generalmente pasa la vida en el error de creerse justo lo contrario. El tonto de ciudad normalmente tiene trabajo y viste traje. Suele estar sustentado y camuflado por las nuevas y gigantescas estructuras laborales: las multinacionales, los sistemas financieros, la administración, el funcionariado, etc. Este es su caldo de cultivo ideal, tan ideal como son para la legionela los depósitos de agua de los aires acondicionados.
Como es sabido, la memoria es la inteligencia de los tontos. No suelen tener problema para saberse de memoria las alineaciones de los equipos de fútbol, ni el nombre de los pueblos por los que pase no importa que carretera. Esto hace que no tengan mucho problema para aprobar oposiciones, para entrar en las citadas estructuras . Una vez dentro, esta dotado de otra arma eficacísima para sobrevivir allí: desconoce la duda (que es la herramienta elemental de la sabiduría) y acata las ordenes con eficacia y sin rechistar. En esto es muy parecido a su pariente rural, que es muy amante de hacer recados. Así, haciendo recados, van pasando los quinquenios y va ascendiendo, lenta e inexorablemente. Las grandes estructuras necesitan miles de ellos, solo así por comparación, pueden parecer medianamente brillantes los ejecutivos.
Otra cuestión que les favorece es que son infatigables y que se entretienen con cualquier cosa, esta particularidad también la comparten con su grupo zootécnico original, el del pueblo, que es feliz con un lapicero o con una cuerda o con una lata. Esto hace que los tontos urbanos jamás falten al trabajo, cuanto más rutinario, más contentos. Son pues eficaces, en la kafkiana misión funcionarial que necesita para existir centenares de ellos.
El problema se plantea cuando por el mero hecho de existir en la estructura, por el mero hecho de que pase el tiempo, por la presión de las nuevas generaciones de tontos, llegan inexorablemente a los puestos de decisión. A nada que tengan suerte pueden no ser desenmascarados jamás, puesto que como digo, desconocen la duda y no saben que son tontos, no se cuestionan a sí mismos ni sus decisiones, que suelen tomar con gran aplomo, cosa que hace que incluso sean respetados por sus subordinados.
Como el acierto o el error es una cuestión cada vez más subjetiva, o como mínimo un simple cáculo de probabilidades; como el dinero que se juegan no es suyo ni de nadie que pueda pedirles cuentas, no suelen tener mayor problema. Además, mantienen una exacerbada fe sí mismos y se autoinculpan de sus éxitos. Triunfos que se encargan de publicitar, puesto que no les cabe nada más en la cabeza. De sus fracasos ya culparan a todos los demás, especialmente a cualquier subalterno que haya osado intentar desenmascararle.
Muy al contrario, la persona que se intenta manejar en la vida desde la inteligibilidad, que ocupa un lugar junto al tonto en la estructura a la que nos referimos, suele gustar de la reflexión y ama el debate y la lectura. Suele hacer su trabajo bien y en el menor tiempo posible, para luego dedicarse a otras cuestiones y alimentos del alma. Jamás se referirá a sí misma desde la certeza de ser la mejor y suele ser respetuosa y caritativa. Y, paradójicamente, esto que evidentemente son virtudes, es precisamente lo que la incapacita. Ya que una persona así, para una gran estructura laboral es: perezosa, dispersa, con falta de autoestima y de fe en sí misma. Por lo tanto sin capacidad de liderazgo.
Con estos bueyes se ha de arar…



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