perfidia

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Un vergonzoso ejemplo de la perfidia y de las injusticias de esta guerra que orquestamos entre bastidores: el general no ha sido capaz de superar el episodio de las dos bandas rivales que libraron una batalla por el derecho a saquear uno de nuestros trenes, ni se ha aplacado por la noticia de la captura del bandido Lupo. Un hombre no basta. Quiere detenciones masivas. Ayer convocó a los jefes de policía italianos y los amenazó con toda suerte de sanciones, incluidas acusaciones de sabotaje, si no conseguían resultados inmediatos. Dicen que los jefes de policía replicaron que sus fuerzas disponían de muchísimo menos personal del necesario y que tenían las manos atadas por los exagerados escrúpulos que demostraban los aliados en el asunto de la represión. Sólo podían garantizar los resultados si se les daba carta blanca para solucionar este problema a su modo. Así que hoy he participado como observador en una de las operaciones del nuevo estilo: una incursión en una guarida de bandidos realizada por una fuerza conjunta de los Carabinieri y la Pubblica Sicurezza, con la orden de conseguir resultados a toda costa.
En esta ocasión, las fuerzas combinadas eran unos cincuenta hombres, incluidos los mismos carabinieri que participaron en la operación de Frattamaggiore y el mismo comisario cara de hiena de la Pubblica Sicurezza, con su traje a rayas, granadas de mano “diablo rojo†y zapatos crujientes. Los campos en que entramos formando un círculo amplio que se fue estrechando gradualmente eran como el otro, cercados por inmensas parras, con casas como pequeños cubos grises y algún que otro pajar, donde los campesinos guardan los aperos y echan una siesta a la sombra cuando el sol aprieta más al mediodía. En uno de ellos encontraron a cuatro hombres armados. Se entregaron inmediatamente; los esposaron, los encadenaron juntos y se los llevaron. Ahora se plantea un problema: han hecho cuatro prisioneros y sólo pueden acusar a un hombre de bandidaje si pertenece a una asociación criminal de un mínimo de cinco personas. Así que los cuatro hombres detenidos, que por definición legal no eran bandidos, podían solicitar libertad bajo fianza casi con la certeza de que se les concedería. En este país hay cincuenta abogados por cada policía, y los abogados esperan ganar. Pero un bandido nunca puede quedar en libertad bajo fianza, y se enfrenta a una sentencia de cinco a treinta años.
La solución de este caso fue ir directamente al pueblo más próximo y detener a un individuo que tenía antecedentes penales. El sería el quinto bandido que necesitaban. Su resignación era asombrosa. Besó a sus familiares, dejó que le encadenaran sin protestar; y se lo llevaron. Le esperaba la reclusión incomunicado en las férreas entrañas de Poggio Reale. Luego, el lento y prolongado deterioro físico y mental en la isla de Prócida, de donde apenas se conocía nada más que leyendas espeluznantes. Si alguna vez regresaba a su pueblo, sus hijos se habrían marchado y su mujer sería una anciana. Hubiera sido mejor y mucho más humano que los hubieran matado a los cinco disparándoles “cuando intentaban escaparâ€.

Norman Lewis.  Nápoles,1944.



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