Vietnam

Me costó la vida subir los más de 500 escalones de un templo cerca de Tam Coc. A mitad de camino me paré a dibujar el rio por el que algunas barcas paseaban a turistas que se protegían del sol con paraguas, aunque más que por interés “artístico” lo hice porque encontré una silla y un sombrajo donde descansar.

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Vista desde lo alto del templo de los 500 escalones de la acuarela anterior. Ahí ya no había sombra así es que tuve que darme prisa y dejar el campo de lotos a medio hacer. Muchos guiris subían asfixiados a hacerse fotos en la cima. Los que peor me caían eran los que quitaban de sus mástiles las banderas vietnamitas para hacer el payaso con ellas. La que mejor, una chica de Malasia que se puso detrás de mi, silenciosa, siguió mi proceso con mucha atención y solo me habló cuando terminé.

Tardé una eternidad en llegar con mi bicicleta desvencijada a la altísima torre que se ve al fondo. Siempre que parecía que llegaba a una entrada del enorme recinto aparecía de la nada un guarda malhumorado que me decía que por ahí no era. Al final llegué a un párking infinito donde tuve que comprar billete en un carricoche que me llevó de vuelta por el mismo camino por el que yo había rodado antes.

Siempre parece que es hora punta en Hanoi. De momento se ven más motos que coches y no queda casi ninguna de las bicis que antaño poblaban la ciudad, cuando la visitó mi amigo César y me decía que era una marea silenciosa. Miedo da pensar en que se va a convertir cuando todos estos motoristas compren un coche

El Templo de la Literatura, en Hanoi, una mañana de lluvia. El recinto está lleno de miles de estudiantes que van a rogar por el éxito en sus exámenes. Me entretengo mirándolos y de paso echo una oración por los que me caen bien, que son todos.

Tumba de Mihn Mahn en Hue. Visito el lugar espoleado por los consejos de mi amigo Javier (“uno de mis tres sitios favoritos del mundo”) y le dedico todo el tiempo que hace falta, como él me dijo que hiciera. Cuando llego al final del recorrido hacia la tumba vuelvo la mirada y hago esta acuarela intentando reflejar la calma del lugar a pesar de que cerca de mi cinco tipos con desbrozadoras me ponen de los nervios.

Escaleras de subida a la tumba del último emperador en Hue, un tipo oscuro y contradictorio de derrochó una fortuna construyéndosela. Hace calor y me refugio bajo un bonsai que da poca sombra.

Hanoi: me siento en un café que hace esquina para protegerme de la lluvia y esto es lo que tengo delante. Doy el dibujo por terminado cuando en un un negocio cercano un tipo se pone a trabajar con con una radial en una lápida funeraria.

Grupos de jovencitos toman té y comen pipas sentados frente a la siniestra catedral de Hanoi en unos de los millones de bancos diminutos que invaden el pais. La pareja de la derecha me observa y se descojona cuando les enseño el dibujo

Están de obras en un bar molón de Sapa. Cuando estoy a medio dibujo llega el dueño a controlar a los currelas en uno de esos 4×4 de lujo que tanto se ven por aquí. El tipo pasa de mi pero su mujer, que tiene las manos manchadas de tierra, me felicita.

Desde lo alto de Sapa, según se mira al valle, aprovechando un claro en la niebla. No paran de pasar turistas camino del parque temático en el que han convertido el pueblo de abajo.

La vista de los arrozales en terrazas me hace pensar en el esfuerzo de miles de personas durante los larguísimos años de construírlos y mantenerlos, y como todo se puede venir abajo a nada que los habitantes actuales decidan que no merece la pena el esfuerzo. Lo vi hace años al norte de Luzón y me agrada no verlo aquí.

Unos niños inflan globitos. Cuando me acerco descubro que son preservativos

Me hago un lío intentando cruzar el río y cuando por fin llego a la otra orilla me recompenso bañandome con estos chavales. Al rato llega otro grupo (¿enemigos de un pueblo vecino?) y asisto a una pelea de pellas de barro y a la retirada del grupo menos aguerrido.

Es hermoso caminar por los estrechísimos senderos que hacen de diques en los arrozales. Un resbalón y al agua patos. así es que soy muy precavido más que por mojarme el culo por no arruinar el papel de acuarela que cargo.

Llovizna y las gotas de lluvia fabrican un efecto indeseado en la acuarela que termina gustándome por lo bien que refleja el momento en el que me senté a hacerla.

Hermosas casas de Ta Van desde el río. Algunas las han convertido en albergues para turistas pero la mayoría siguen siendo viviendas “de verdad”. Me alegra estar en un lugar que se resiste a ser parque temático y me alivia ese peso extra de “agente gentrificador” que cargo en la mochila.

Según me bajo del bus en Ha Giang, tras bastantes horas de mala carretera, tengo que ir al baño de manera imperiosa, así es que no pierdo tiempo y elijo el primer hotel que veo, que resulta estar lejos del centro (hay dias que ni miro el googlemaps, para qué pudiendo perderme). Cuando por fin puedo salir a descubrir un poco la ciudad encuentro una cafetería con una terraza sobre el río que tiene buena vista y me siento en ella a tomar zumo, salchichas y emborronar la única acuarela que hago antes de salir pitando dela última gran ciudad que veré en los días sucesivos.

Dong Van fue algo así como la última frontera, el sitio donde los franceses, que dejaron allí un hermoso fuerte en lo alto de un peñasco, controlaban la frontera con China. Los edificios, algunos muy altos, son ridículos en comparación con los monumentos que los rodean. La palabra “karst” me resulta muy poco apropiada para describir esta belleza.

Me hago un lío por los caminitos de las huertas de Dong Van y termino llegando sin querer a una pagoda que me da cobijo. Pasan niños en bici. Disfruto mirando los ordenados cultivos. Me como unos dulces mientras veo como los campesinos de sombreritos cónicos regresan a sus casas. La felicidad.

Cuando me instalo en lo alto del fuerte francés de Dong Van, sobre el techo de hormigón de lo que fue una batería, aparece la pareja de Bali con la que ando coincidiendo estos dias. Nos saludamos brevemente porque a todos nos apetece disfrutar de la vista en silencio y me entretengo averiguando por qué caminos he ido perdiéndome unas horas antes. Cualquiera que me hubiera observado desde aquí se hubiera reído de ese guiri tonto que no sabe caminar por las acequias.

Tengo la manía de alejarme de las zonas turísticas para meterme por andurriales de las afueras. Me autodisculpo diciéndome que es por buscar un buen punto de vista para dibujar, pero se que no es por eso. Los suburbios y las zonas fronterizas me atraen y aquí puedo caminar por sitios por los que no me metería en Colombia o Guatemala. Una de los muchos atractivos de este país es la seguridad. No estar permanentemente pendiente de quién o como va a robarte es un alivio.

Dong Van y sus montañas guardianas. De quedarme más tiempo aquí me gustaría perderme por ellas para dibujar más de estos “típicos paisajes chinos” que me flipaban de niño.

Me voy caminando varios kilómetros alejándome de Meo Vac para llegar a un sitio que vi desde la ventanilla del bus: el cañòn profundísimo del rio que hace frontera con China. Voy corto de agua y no hay sitio donde rellenar la botella, así es que me fastidio, bebo la poca agua de las acuarelas y sigo el dibujo con la lengua seca.

Al embarcadero y su muelle de barcos turísticos bajan hordas de guiris en moto pero esa cuesta terrosa que dibujo en blanco me tira para atrás así es que me quedo arriba, junto al quitamiedos de la carretera, haciendo un par de dibujos. Para regresar al hostal ya veré como me apaño (Spoiler: me lleva a dedo un camionero).

Cuando llego a la caída del sol al puerto de montaña donde está el hotel que he elegido para pasar la noche me encuentro con que está cerrado por obras. Un albañil me sugiere que hable con los vendedores del cruce y allá que voy, un poco cagado por si no hay otro alojamiento cercano y me toca caminar hasta la ciudad que dejamos 15 km atrás. Tengo la suerte de que una moza que vende sus telas me invita a pasar la noche en su casa. Hago este dibujo y muchas caricaturas de las niñas de las flores mientras llega su marido con la moto que nos llevará a su pueblo. Sorteamos los baches del camino, miro apagarse el sol y me da por pensar en lo afortunado que soy.

Meo Vac desde el mirador que está un poco más arriba del monumento a Ho Chi Mihn. Valle abajo está China. Valle arriba, los muchos pueblos de 4 o 5 etnias diferentes que esta mañana encontré en el mercado. Ganas dan de no regresar a Hanoi y quedarse a pasar un tiempito entre Hmongs, Daos y Tays.

Un anciano con una boina que presumo herencia francesa toca la flauta mientras yo tomo un par de tés y dibujo la carretera que me queda por delante para descender al valle (esa tortuosa línea blanca que luego recorrí caminando y diciendo a los coches que se ofrecían a llevarme que no, que gracias, que prefería caminar.

Día de niebla en Quan Ba. Un grupo de adolescentes se refugia de la lluvia bajo el tejadillo del mirador donde me he instalado y me hacen preguntas sobre España. Antes de irse me dicen, “¿no le estaremos molestando?”. Ay, si supieran que dibujo para vivir momentos como este!!!

Me entretengo mientras espero que aparezca un barco que no sea de turistas en el puerto de Ben Beo. Lo que tengo delante es lo que queda del inmenso pueblo flotante que el gobierno desmanteló porque hacía feo en un parque natural.

Encuentro una silla en el balcón de un edificio en ruinas que parece ser la recepción de un hotel que no llegó a ponerse en funcionamiento. Bajo a por mi mochila con los trastos de dibujar y cuando vuelvo a subir ha aparecido de la nada un alemanote que me ha pillado el sitio!!!! Me voy con el rabo entre las piernas a un lugar peor y procuro olvidar mi triste suerte contemplando la belleza de bahía que tengo ante mi. En los toldos de la derecha mi amigo Pietro habla con las vendedoras de ostras y luego me contará como le dicen que va el negocio.

Termino con algunos retratos de las maravillosas personas que encontré por el camino

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