iran

Llego a Masuleh desde el Mar Caspio en el taxi de un señor muy educado. Pasaré aquí varios dias, en los que no para de llover, porque el pueblo es hermoso y a sus habitantes y los muchos turistas que lo visitan les gusta charlar con el único guiri que hay por los alrededores.

La señora del fondo me mira dibujar un rato en este pueblo del Kurdistán, se me acerca, deja a mi lado silenciosamente una bandeja con té y unas pastas y se va con una sonrisa.

En Kandovan, pueblo troglodita al sur de Tabriz, lavan trabajosamente las alfombras enmedio de la calle. No veo ningún hotel pero preguntando a un panadero logro alquilar una cueva durante unos días. Compro y como mucha fruta escarchada que me recuerda a las fiestas de mi pueblo durante mi niñez. Compro un gorro de lana de camello

Un señor muy simpático que me coge a dedo en Howraman en una especie de land rover destartalado lleva un AK47 bajo el asiento del copiloto. Cuando se lo señalo se ríe y me dice “Police, pum, pum!”. En un paso entre dos valles le dijo que me bajo ahí, que voy a hacer un dibujo. El hombre se detiene y se queda conmigo, fumando unos cigarrillos y mirándome dibujar, hasta que termino. Más que amenazado, me siento protegido

Me hago un esguince en Howraman y debo pasar allí algunos días metiendo el pie en agua fría y caliente, atándole hielo y moviéndome poco, así es que aprovecho para dibujar los alrededores de la casa familiar donde he tenido la suerte de caer. Desde la ventana frente a la que coloco mi jergón tengo una impresionante vista de la montañas y adivino los senderos que no voy a recorrer.

Gracias a un amigo que me indica una entrada secreta puedo asistir a unas hipnóticas prácticas de Baastani en Tabriz. Todos los señores de pinta chunguísima se convierten en niños sonrientes y juguetones cuando ven los dibujos que les he ido haciendo y me invitan a que vuelva al día siguiente pero esta vez a deslomarme con ellos

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