benoît guillaume

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He encontrado unos buenísimos dibujos hechos en India porGuillaume, un dibujante que no conocía a quien seguiré de cerca a partir de hoy. No es fácil ver a alguien que se enfrente a motivos tan complicados con tanta alegría.



lluïsot/3

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Cuanto más miro los dibujos de la India de LLuïsot más me gustan. Llevo unos dias que no me separo del librito. Aquí os dejo otra tanda de dibujos con sabor a curry.



lluïsot/2

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Más dibujos de la India del gran LLuïsot, de quien ya hablé aquí con anterioridad.



lluïsot

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Mi amigo Lluïsot viajó un montón de veces a India, trabajó en una leprosería de Calcuta y se trajo una buena colección de retratos. Estos de aquí arriba son del catálogo de una exposición que hizo con ellos en Alemania.



kim

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-Ahora, marchemos murmuró el Lama.
 Y acompañados por el tintineo del rosario anduvieron en silencio milla tras milla. El Lama, como de costumbre, iba abismado en profundas meditaciones, pero los brillantes ojos de Kim lo abarcaban todo, y pensaba que este amplio y sonriente río de vida era un alivio después de las estrechas y atestadas calles de Lahore. A cada paso veía gente y cosas nuevas; castas ya conocidas y otras que le eran completamente extrañas.
Encontraron una patrulla de sansis, de largos cabellos y olor penetrante, que llevaban a su espalba cestas de lagartos y otros asquerosos alimentos, e iban seguidos de flacos y escuálidos perros que olfateaban sus talones. Esta gente marchaba por un lugar aparte de la carretera, andaban con un trote sostenido, rápido y furtivo, y todas las demás castas les dejaban amplio espacio; porque el sansi es profundamente contaminador. Detrás de ellos, caminando rígidamente a través de la sombra intensa, se deslizaba un presidiario recién salido de la cárcel y que conservaba aún las huellas de los grilletes; su vientre abultado y su piel reluciente eran prueba de que el Gobierno alimenta a sus presos mejor de lo que pueden alimentarse muchos hombres honrados. Kim conocía esa manera de andar, y cuando pasaron por su lado lo remedó con burla. En seguida un akali, de mirada extraviada y pelo enmarañado, devotamente vestido con el traje a cuadros azules de su credo, y llevando resplandecientes tejos redondos de pulido acero sobre su azul turbante, pasó majestuosamente, de regreso de uno de los Estados sikhs independientes. AlIí habría estado cantando las antiguas glorias del Khalsa a los príncipes educados en colegios ingleses: que llevan altas botas de campana y calzones de terciopelo blanco. Kim tuvo buen cuidado de no burlarse de él, porque la cólera del akali es fuerte y su brazo rápido. De vez en cuando encontraban o eran dejados atrás por alegres multitudes de aldeanos que regresaban de alguna feria local; las mujeres, con los niños sobre las caderas, marchaban detrás de los hombres, mientras los chiquillos mayorcitos caracoleaban montados sobre cañas de azúcar, arrastrando groseros modelos de locomotoras que costaban medio penique, o reñejando el sol en los oios de sus padres con baratos espejos de juguete. A primera vista se notaba lo que cada uno había comprado; y si se tenía alguna duda, bastaba contemplar a las mujeres, que juntando sus brazos morenos. comparaban los recién mercados brazaletes de cristal oscuro que proceden del Noroeste. Esta alegre multitud marchaba lentamente, llamándose a gritos y deteniéndose a regatear con un vendedor de dulces o a rezar ante alguna de las capillitas-unas veces indias, otras musulmanas- que se suceden a los lados del camino y que las castas bajas de ambas religiones se distribuyen con hermosa imparcialidad. Una larga línea azul pasó corriendo con un murmullo de rápida charla, oscilando a través del polvo vibrante como una inmensa oruga apresurada. Era una cuadrIlla de changars, esas mujeres que han acaparado el servicio de todos los muelles de los ferrocarriles del Norte. Casta de fuertes cavadoras, dotadas de anchos pies, gruesos pechos y miembros hercúleos. Vestían faldas azules y viaJaban apresuradas hacia el Norte en busca de un nuevo destajo, no perdían el tiempo en el camino. Pertenecen a una clase en la que los hombres no son nada, y marchaban con los codos pegados al cuerpo, altas las cabezas y moviendo las caderas como mujeres acostumbradas a cargar grandes pesos. Poco después desembocó en la Gran Carretera un cortejo nupcial, acompañado de música y gritos; un olor de caléndulas y jazmín, más fuerte que el vaho del Polvo, se esparció por el ambiente. A través de la calina se tambaleaba la litera de la novia-una mancha de rojo y oropel-, mientras la enjaezada jaca del novio volvía la cabeza para arrebatar un bocado de hierba de un carro de forraje que pasaba a su alcance. Entonces Kim se unió al coro de buenos deseos y pesadas burlas, deseando a la pareja cien hijos y ninguna hija, como es la costumbre. Todavía más interesante y más gozoso era el caso del juglar vagabundo acompañado de algunos monos medio domesticados un oso jadeante y débil o una mujer con cuernos de chivo amarrados a los pies, que danzaba con ellos sobre la cuerda floja, asustando a los caballos y haciendo prorrumpir a las mujeres en prolongados alaridos de admiración.’

Rudyard Kipling. Kim



bombay

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Afuera me esperaba una realidad insólita: oleadas de calor, vastos edificios grises y rojos como los de un Londres victoriano crecidos entre las palmeras y los banianos como una pesadilla pertinaz, muros leprosos, anchas y hermosas avenidas, grandes árboles desconocidos, callejas malolientes, torrentes de autos, ir y venir de gente, vacas esqueléticas sin dueño, mendigos, carros chirreantes tirados por bueyes abúlicos, ríos de bicicletas, algún sobreviviente del British Raj de riguroso y raído traje blanco y paraguas negro, otra vez un mendigo, cuatro santones semidesnudos pintarrajeados, manchas rojizas de betel en el pavimento, batallas a claxonazos entre un taxi y un autobús polvoriento, más bicicletas, otras vacas y otro santón semidesnudo, al cruza una esquina, la aparición de una muchacha como una flor que se entreabre, rachas de hedores, materias en descomposición, hálitos de perfumes frescos y puros, puestecillos de vendedores de cocos y rebanadas de piña, vagos andrajosos sin oficio ni beneficio, una banda de adolescentes como un tropel de venados, mujeres de sarís rojos, azules, amarillos, colores delirantes, unos solares y otros nocturnos, mujeres morenas de ajorcas en los tobillos y sandalias no para andar sobre el asfalto ardiente sino sobre un prado, jardines públicos agobiados por el calor, monos en las cornisas de los edificios, mierda y jazmines, niños vagabundos, un baniano, imagen de la lluvia como en el cactus es el emblema de la sequía, y adosada contra un muro una piedra embadurnada de pintura roja, a sus pies unas flores ajadas: la silueta del dios mono, la risa de una jovencita esbelta como una vara de nardo, un leproso sentado bajo la estatua de un prócer parsi, en la puerta de un tugurio, mirando con indiferencia a la gente, un anciano de rostro noble, un eucalipto generoso en la desolación de un basurero, el enorme cartel en un lote baldío con la foto de una estrella de cine: luna llena sobre la terraza del sultán, más muros decrépitos, paredes encaladas y sobre ellas consignas políticas escritas en caracteres rojos y negros incomprensibles para mí, rejas doradas y negras de una villa lujosa con una insolente inscripción: Easy Money, otras rejas aún más lujosas que dejaban ver un jardín exuberante, en la puerta una inscripción dorada sobre el mármol negro, en el cielo, violentamente azul, en círculos o en zigzag, los vuelos de gavilanes y buitres, cuervos, cuervos, cuervos…

Octavio Paz. Bombay



kagbeni

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A pocas horas de Jomosom, siguiendo el amplio y pedregoso cauce del Kali Gandaki superior, pasamos junto al pueblo de Kag. Era el primero de los muchos pueblos típicos tibetanos que existen en aquella región.
Kag está construido como un fuerte cuyas murallas fueran las blancas paredes exteriores de las casas, muy juntas unas a otras. En el pueblo se entra a través de túneles que cruzan esas casas, y aunque Kag ha dejado de ser hace tiempo uno de los principales puntos de defensa de la antigua ruta comercial al Mustang, su posición en el lugar donde coinciden dicha ruta y la que lleva directamente a Muktinath le ha dado una nueva importancia estratégica para los khambas. En efecto, allí han establecido uno de los tres principales centros de aprovisionamiento de la zona.

Michel Peissel. Los Khambas. Editorial Juventud



annapurnas

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El camino que lleva desde las gargantas del Kali Gandaki al Mustang es uno de los más espectaculares del Himalaya, porque dichas gargantas son uno de los espectáculos más impresionantes de nuestro planeta. Se trata de un gigantesco cañón, conocido como “la Gran Brecha Himalaya”, que traza un corte de cuatro kilómetros y medio de profundidad entre los montes Annapurna y Dhaulagiri.
El camino que discurre por este cañón tiene que pegarse al lecho del río o a las verticales paredes de las grandes laderas rocosas, convirtiéndose a veces en una muesca tallada en la piedra. En dos puntos, el estrecho sendero pasa por túneles abiertos por la mano del hombre, que ha salvado así los agudos ángulos. Estos túneles desembocan en larguísimas escaleras que bajan al río, cruzado por desvencijados puentes.

Michel Peissel. Los Khambas. Editorial Juventud



hindúes

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En el primer momento, el brillo de sus ojos puede engañar. Pero se encuentran a menudo fealdades particulares, viciosas, psíquicas. Algunos ancianos son hermosos. Pero entonces, hermosos sin igual. Ningún país tiene ancianos de una majestad comparable, especies de viejos músicos, de viejos faunos, que conocen todo en la vida, pero que no se han deteriorado, ni aun emocionado excesivamente. Pero se vuelven hermosos. Para el hindú y el bengalí la edad ingrata es desde los 8 a los 60 años. Tienen un aire bobo. La vida es para ellos la edad ingrata. La cabeza de Tagore a los 60 años es espléndida. A los 20, es una cabeza que no vive bastante, que no tiene brío, y que no es todavía bastante reposada, con ojos demasiado sensuales, bastante juiciosa? de tal modo la sabiduría es el destino del hindú. Han tenido razón en persuadir a los hindúes que deben alcanzar la sabiduría o la santidad: por el solo estudio de su fisonomía, yo les. daría el mismo consejo. Sed santos, sed sabios. Esos rostros degradados, bastardeados, ese aire estúpido, esas frentes bajas, bobas ¿no invento? no hay más que hojear una revista cualquiera, esa impertinencia y esa desverguenza (se absuelven de todo), ese aire ávido (cuando son ávidos), ¡no, tampoco les conviene el comercio! Los Maruaris (“venderían la leche de su madre, dice el proverbio, para hacer dinero” ), el aire fatuo, rastacuero, pretencioso, egoísta, afean millones de rostros. En la India los poderosos raras veces tienen rostros bellos. He visto uno solo, ¡pero tan deslumbrador! Supongo que es a causa de esa plenitud vigorosa de la belleza cuando aparece entre ellos, excepcionalmente, que se ha dicho siempre que eran hermosos.

Henri Michaux. Un bárbaro en Asia.
Arriba, viñeta de Milo Manara de su mediocre álbum “El perfume de un sueño”. Me da rabia ver el trabajo de Manara: ¡podría haber llegado a ser tan importante!



transporte

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Pasaban vehículos de todas clases: autobuses, camiones con cargas imponentes, taxis colectivos de tres ruedas, cada uno de ellos abarrotados con unas veinte personas (eso conté), carros tirados por mulas, tractores con remolques, algunos remolques con cargamentos de sacos de paja desbordantes, o con troncos colocados de través, de modo que ocupaban mucho más espacio de la carretera de lo que se pensaba desde lejos. Daba la impresión de que las cargas no tenían límites. Se consideraba que el metal, al ser metal, podía soportar cualquier cosa que se cargase sobre él. Muchas bicicletas circulaban con dos o tres personas: el ciclista propiamente dicho, alguien en el travesaño y otra persona en el portaequipajes. Una motocicleta podía llevar a una familia entera: el padre en el sillín delantero, un niño entre los brazos, otro detrás agarrado a su cintura, la madre en el portaequipajes, sentada de lado, con el hijo más pequeño.

Otra vez una cita de la inacabable “India” de V.S. Naipaul



yogui

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El día que me marché encontré un ashram en una de las laderas de Simla. Tenía interés en visitar un ashram desde que los hippies del expreso de Teherán me habían dicho que eran unos lugares maravillosos. Pero quedé decepcionado. El ashram era un bungalow destartalado, regentado por un viejo parlanchín llamado Gupta, que pretendía haber curado a muchas personas de parálisis avanzada pasándoles las manos por las piernas. No había hippies en el ashram, aunque el señor Gupta se mostró ansioso por reclutarme a mí. Le dije que tenía que ir a coger un tren y replicó que si yo fuese un creyente del yoga, no me preocuparía por coger trenes. Le dije que eso era porque yo no era un creyente del yoga.
Entonces el señor Gupta repuso:
-Voy a contarle una historia. A un yogui se le acercó una vez un hombre que decía que quería ser estudiante. El yogui dijo que estaba muy ocupado y que no tenía tiempo para ocuparse de él. El hombre dijo que estaba desesperado. El yogui no le creyó. El hombre dijo que se suicidaría arrojándose desde el tejado, si el yogui no le admitía. El yogui no dijo nada. El hombre saltó.
-Traedme su cuerpo-dijo el yogui.
Le llevaron el cuerpo. El yogui pasó sus manos por el cuerpo y a los pocos minutos el hombre recobró la vida.
Ahora ya eres apto para ser mi discípulo -dijo el yogui-. Creo que eres capaz de obrar por propios impulsos y me has revelado una gran sinceridad. Así, el hombre que había sido devuelto a la vida convirtióse en discípulo del yogui.
-¿Usted también ha devuelto la vida a alguien?-le pregunté.
-Todavía no-dijo el señor Gupta.

Paul Theroux. El gran bazar del ferrocarril



benarés

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Garantías de salvación.
Hay distintos medios de adquirirlas. Uno es ahogarse en el Ganges, pero os resultará ingrato. Morir entre los límites de Benarés es otro, mas tiene sus riesgos, pues al sonar vuestra hora podríais estar casualmente fuera. El mejor de todos es el peregrinaje alrededor de la villa. Hay que hacerlo a pie, y descalzo además. La caminata es de unos setenta kilómetros, pues un trecho de la senda se ramifica y culebrea hacia el campo, y pasaréis andando cinco o seis días. En cualquier caso, no os faltará compañía. Viajaréis con catervas y huestes de ufanos peregrinos cuyos atuendos resplandecientes embellecerán el espectáculo, y cuyos alegres cantos y solemnes himnos triunfales mitigarán vuestro cansancio y os animarán el espíritu y, a intervalos, habrá templos donde podréis dormir y restaurar los estómagos. Una vez concluida la romería habréis comprado la salvación, y pagado por ella.

Mark Twain. Viaje siguiendo el Ecuador. India



prisas

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El hindú no corre jamás, ni en la calle, ni el pensamiento en su cerebro. Camina, encadena. El hindú no quema sus etapas. Nunca es elíptico. Nunca sale de las filas. Su antípoda es el espasmo. Nunca es asombroso. En los 48.000 versos del Ramayana, en los 100.000 del Mahabharata, no hay un relámpago. El indio no tiene prisa. Razona sus sentimientos. Prefiere los encadenamientos. El sánscrito es la lengua más encadenada del mundo, indudablemente la más bella creación del espíritu indio. Una lengua panorámica, una lengua de razonadores, flexible, sensitiva y atenta, prevenida, hirviendo de casos y de declinaciones . El hindú es abundante, tiene esa abundancia en la mano. Le gustan los cuadros de conjunto y también sabe verlos. Brona acaba de morir. Se lo anuncian a su padre. Sin apresurarse, el padre, en 240 preguntas, bien lentas, bien detalladas, bien parejas, interroga sin que nadie lo interrumpa. Después de todo eso, se desmaya. Lo abanican. Vuelve en sí. Vuelve al asunto. Nuevo lote de doscientas-trescientas preguntas. Intervalo. Entonces, sin mayor prisa, y empezando por el diluvio, un general cuenta lo acontecido. Así se pasa alrededor de hora y media. Como hay muchas guerras cercanas y lejanas en el Mahabharata, muchas intervenciones de dioses y de héroes, se comprende que sus doscientos cincuenta mil versos basten apenas para dar un resumen del argumento. Su pensamiento es un trayecto, sin alterar el paso. Inútil decir que el centro del Mahabharata no se encuentra fácilmente. El tono épico no se abandona ni un instante. El tono épico (por otra parte, como el tono erótico) tiene algo de naturalmente falso, artificial, voluntario, y parece hecho para la línea recta. Cuando se ha comparado un soldado valiente a un tigre entre conejos, ya una manada de elefantes ante un bambú joven, ya un huracán barriendo las naves, se puede continuar diez horas en el mismo tono sin hacernos levantar la cabeza.

Henri Michaux. Un bárbaro en Asia Una entrevista de Deleuze a Michaux, aquí.



fascinación

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Mi repentina fascinación no me parece insólita: en aquel tiempo yo era un joven poeta bárbaro. Juventud, poesía y barbarie no son enemigas: en la mirada del bárbaro hay inocencia, en la del joven apetito de vida y en la del poeta hay asombro. Al día siguiente llamé a Santha y a Faubian. Me invitaron a tomar una copa en su casa. Vivían con los padres de Santha en una lujosa mansión que, como todas las de Bombay, estaba rodeada por un jardín. Nos sentamos en la terraza, alrededor de una mesa con refrescos. Al poco tiempo llegó su padre. Un hombre elegante. Había sido el primer embajador de la India ante el gobierno de Washington y acababa de dejar su puesto. Al enterarse de mi nacionalidad, me preguntó, me preguntó con una risotada: “¿Y México es una de las barras o de las estrellas?”. Enrojecí y estuve a punto de contestar con una insolencia pero Santha intervino y respondió con una sonrisa: “Perdona, Octavio. Los europeos no saben geografía pero mis compatriotas no saben historia”. El señor Rama Rau se excusó: “Era sólo una broma… Nosotros mismos, hasta hace poco, éramos una colonia”. Pensé en mis compatriotas: también ellos decían sandeces semejantes cuando hablaban de la India.

Octavio Paz



carratalá

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Aunque hace años los odiaba y me saltaba sus historietas, ahora me gustan muchísimo los dibujos de Carratalá, un dibujante catalán que publicaba regularmente en El Víbora de los 80 y primeros 90 unas extrañas historias ambientadas en India. El tipo desapareció del panorama historietístico hace tiempo y sólo volví a saber el año pasado leyendo el libro de Ana Briongos “Esto es Calcuta” donde contaba brevemente las andanzas de Carratalá disfrazado de majarajá por Barcelona y el posterior trasladado a India con sus pinceles

Hay unas imágenes de los últimos trabajos de Carratalá en el blog de Ana Briongos.

Los dibujos de arriba los he sacado del impagable libro que le dedicó la colección Delirio Gráfico de la Editorial La Cúpula.

ACTUALIZACIÓN 11-2-09. Gabriel Espí me habla de una reciente exposición de Carratalá en Barcelona que puede verse aquí.

La página de Carratalá es ésta.



religión

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Sé que, en substancia, el Brahmanismo habla de una fuerza vital originaria, un “soplo”, que posteriormente se concretiza y manifiesta en la infinita plasticidad de las cosas: en resumen, un poco como la teoría de la ciencia atómica, como, precisamente, Moravia pone en evidencia. He intentado hablar de todo esto con muchos hindúes, pero ninguno tiene ni la más pálida idea de lo que acabo de exponer. Cada cual tiene su culto, Visnú, Shiva o Kali, y sigue fielmente sus ritos. Sobre ello sólo puedo limitarme a algunas descripciones como las que acabo de hacer. Pero puedo decir una cosa: que el pueblo hindú es el más querible, más dulce y manso que se pueda conocer. La no violencia está en sus raíces, en su misma razón de vida. Acaso en alguna ocasión defienda su debilidad con un poco de histrionismo o de falta de sinceridad: pero se trata de pequeñas sombras en los márgenes de tanta luz, de tanta transparencia. Es suficiente con mirar su manera de decir que sí. En vez de afirmar como nosotros) moviendo de arriba abajo la cabeza, lo hacen más o menos como nosotros cuando negamos: pero la diferencia del gesto es sin embargo enorme. Ese “no” que significa “sí” consiste en un ondear tiernamente la cabeza (esa cabeza morena y ondeada con esa pobre piel negra que es el color más bello que una piel pueda tener), con un gesto que es al mismo tiempo dulce.

Pasolini. Viaje a India



Gandhi y los atentados de Bombay por RAMIN JAHANBEGLOO. EL PAIS | Opinión – 26-12-2008



bombay

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Llegamos a Bombay una madrugada de noviembre de 1951. Recuerdo la intensidad de la luz, a pesar de lo temprano de la hora; recuerdo también mi impaciencia ante la lentitud con que el barco atravesaba la quieta bahía. Una inmensa masa de mercurio líquido apenas ondulante; vagas colinas a lo lejos; bandadas de pájaros; un cielo pálido y jirones de nubes rosadas. A medida que avanzaba nuestro barco, crecía la excitación de los pasajeros. Poco a poco brotaban las arquitectura blancas y azules de la ciudad, el chorro de humo de una chimenea, las manchas ocres y verdes de un jardín lejano. Apareció un arco de piedra, plantado en un muelle y rematado por cuatro torrecillas en forma de piña. Alguien cerca de mí y como yo acodado a la borda, exclamó con júbilo: ¡The Gateway of India! Era un inglés, un geólogo que iba a Calcuta. Lo había conocido dos días antes y me enteré de que era hermano del poeta W.H. Auden. Me explicó que el monumento era un arco, levantado en 1911 para recibir al rey Jorge II y a su esposa (Queen Mary). Me pareció una versión fantasiosa de los arcos romanos. Más tarde me enteré de que el estilo del arco se inspiraba en el que, en el siglo XVI, prevalecía en Gujarat, una provincia india. Atrás del monumento, flotando en el aire cálido, se veía la silueta del Hotel Taj Mahal, enorme pastel, delirio de un Oriente finisecular, caído como una gigantesca pompa no de jabón sino de piedra en el regazo de Bombay. Me restregué los ojos: ¿el hotel se acercaba o se alejaba? Al advertir mi sorpresa, el ingeniero Auden me contó que el aspecto del hotel se debía a un error: los constructores no habían sabido interpretar los planos que el arquitecto había enviado desde París y levantaron el edificio al revés, es decir, la fachada hacia la ciudad, dando la espalda al mar. El error me pareció un “acto fallido” que delataba una negación inconsciente de Europa y la voluntad de internarse para siempre en la India. Un gesto simbólico, algo así como la quema de las naves de Cortés. ¿Cuántos habríamos experimentado esta tentación?


Octavio Paz.



Larga noche en Bombay por EVA BORREGUERO. EL PAIS | Opinión – 29-11-2008



El dibujo que acompaña esta anotación es de Gunther Grass, sacado de su libro “Sacar la lengua” sobre una estancia en Calcuta.